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  • Nenes No Lloran

Caminar de la Mano.

Mis compañeros de secundaria empezaron a tener sus primeras noviecitas a los 12 o 13 años. Las hormonas recién nos estaban empezando a pegar a todos, con lo cual esos primeros noviazgos eran inocencia pura. Recuerdo que las anécdotas que circulaban eran tan tiernas como “nos dimos un piquito”. Las formas más inocentes del amor se descubren en esos pequeños episodios y después nos acompañan de por vida.

En los recreos buscaban a sus novias y se agarraban de las manos. La imagen no podía ser más tierna, y sin embargo a la directora de la escuela le molestaba. Solía patrullar el patio buscando parejitas para darles un largo sermón sobre la decencia, la importancia de mantener a la escuela como un templo y esas cosas que suelen repetir las directoras. Mis compañeros no le daban mucha bola. Agarrarse de la mano en el recreo era un pequeño acto de rebeldía, porque eso también es el amor en sus formas más básicas: una forma de rebelarse ante el mundo.

Pero hay rebeliones y rebeliones. Y en esos momentos en los que veía a mis compañeritos agarrados de las manos en el recreo una pequeña pero poderosa duda me invadía: ¿Qué pasaría si yo intentará hacer lo mismo con el chico que me gustaba?

Y de repente toda la inocencia de la cuestión desaparecía por completo y aparecían en mi cabeza los escenarios de catástrofe: la indignación generalizada en la escuela, las reuniones de padres, la sugerencia de que tendríamos que ir al psicólogo para que nos sacarán “la confusión” de la cabeza.

Quienes crecemos siendo LGBTIQ+ entendemos desde muy chiquitos una cruel verdad: nuestras historias de amor no generan ternura ni fascinación y la mayor parte de las veces están sencillamente prohibidas, censuradas, condenadas a un silencio que nos deja aturdidos para siempre.

En Todo Sobre el Amor Bell Hooks dice que aprendemos lo que es el amor en la niñez. Es una lección que heredamos de nuestras familias. Esas formas primigenias del amor que aparecen en nuestras infancias después nos acompañan para siempre, moldean nuestras experiencias futuras.

Creo que además de lo que heredamos de nuestros papas, el otro factor que moldea lo que esperamos del amor son nuestras propias primeras experiencias. Vuelvo a pensar en mis compañeros, en cómo la ternura de esos primeros noviazgos probablemente les hayan permitido construir una base de conocimientos y conceptos del amor que después pudieron utilizar en todas las relaciones que tuvieron.

Pienso en eso y me doy cuenta que yo nunca tuve esa base, o mejor dicho, que mi propia base primigenia del amor está contaminada por sentimientos y emociones que no deberían tener nada que ver con el romance: miedo, inseguridad y tristeza, pero no la tristeza del amor, no la tristeza del corazón roto que todos experimentamos en algún momento, sino la tristeza de saber que hay fuerzas más poderosas que vos que te prohibieron tener tu primera historia de amor. La tristeza de la opresión.

¿A dónde van todas las historias de amor que nos prohibieron tener?

Pasé toda mi adolescencia obsesionado con las cosas que no podía experimentar. ¿Cuál es el sabor del primer beso? ¿Qué se siente llevar a la persona que te gusta a un almuerzo familiar? ¿Cómo se siente que uno de tus tíos te cargue porque tu novio parece más inteligente que vos? ¿Se sentirá lindo caminar de la mano de la persona que te gusta en las calles del pueblo un sábado a la siesta?

Las preguntas sin respuestas en una experiencia tan universal y tan humana como el amor son como un pozo sin fondo. En algún momento te sentís tan sofocado y abandonado que ese vacío se transforma en otra cosa. Todos terminamos buscando las experiencias que nos niegan en otros lados, pero a veces esos lugares no son nada bonitos.

La mayor parte de los gays que conozco (incluido yo también) tuvieron su primera experiencia sexual antes de dar su primer beso. Creo que eso no necesariamente se refleja de la misma forma en el resto de las identidades del espectro de la diversidad sexual, pero no podría escribir sobre esas otras experiencias, si puedo en cambio hablar sobre el daño que provoca el hecho de que tener sexo con un extraño sea algo más posible que dar un beso o caminar de la mano en una calle.

Hay una novela juvenil que ilustra muy bien esto: Dos Chicos Besándose de David Livithan. En la novela, uno de los protagonistas es un adolescente gay que al ver frustrados todos sus intentos de romance juvenil termina instalando una aplicación de levante gay para ver si ahí puede encontrar aquello que tiene prohibido en el resto de su vida. En muy poco tiempo ese personaje termina sumido en un mundo clandestino de encuentros en callejones o departamentos a oscuras, con personas más interesadas en usarlo que en entablar vínculos que valgan la pena.

No estoy haciendo un juicio moral sobre el sexo casual, para nada, solo creo que quizas no es lo más saludable que en la vida de millones de adolescentes LGBTIQ+ esas experiencias sean más alcanzables que un beso de dos segundos con el chico que te gusta en el patio de la escuela.

Alain Baidou dice que el amor nos obsesiona porque es un “procedimiento de verdad”, una experiencia sobre la que se construye un cierto tipo de verdad. Él dice que sobre el amor se construye una experiencia universal, una prueba de que el mundo puede ser encontrado y experimentado por fuera de nuestras conciencias solitarias.

Pienso que si el amor es efectivamente todo lo que Alain dice, entonces que muchos no tengamos siquiera la posibilidad de experimentarlo en la edad en la que todas las cosas son nuevas y brillantes es sencillamente cruel, un acto de crueldad infinito, imposible de describir con palabras o de cuantificar con números. ¿Cómo describir la sensación de que alguien te robó la oportunidad de experimentar lo hermoso del mundo por fuera de tu conciencia solitaria?.

Las cosas que me obsesionan suelen compartir un denominador común: me obsesionan las cosas que no tengo. Cumplí mis 18 años sin saber cómo era caminar de la mano con una persona que me guste. Y sobre esa ausencia construí una montaña de preguntas que hasta el día de hoy resuenan en mi cabeza: ¿Habrá alguna sensación mágica? ¿Habrá una especie de corriente eléctrica que pasa de mano en mano?

En 2012 la revista Neuropsychologia publicó un estudio al respecto llamado "The hand that rocks the cradle rules the brain: neural correlates of handholding" . En ese estudio afirman que el acto de tomarse de la mano con una pareja romántica activa áreas del cerebro relacionadas con la sensación de plenitud y felicidad, como la amígdala y el sistema límbico. O sea, esa pequeña experiencia es suficiente para hacerte sentir seguro y feliz.

Pero más allá de lo biológico, creo que lo de tomarse de las manos y todos esos otros pequeños actos que suelen acompañarlo tienen que ver con las narrativas, con las historias que creamos sobre nosotros mismos y que constituyen nuestra autovaloración. Sin la posibilidad de construir esas historias lo único que queda es un vacío, la insoportable sensación de alguien te robo pedazos importantes de tu vida y que no hay nada que puedas hacer para remediarlo, la resignación de terminar rindiéndose ante un “ya está, esto es lo que te tocó”.

Llevaba un par de semanas saliendo con ese chico, todavía nos estábamos conociendo cuando un día mientras caminábamos por la calle él me tomó de la mano. Me agarro de sorpresa, creo que genuinamente no sabia como reaccionar ante esa cosa tan chiquita pero que mi cabeza había magnificado tanto. Fue la primera vez que caminé de la mano con un chico que me gustaba y al hacerlo me di cuenta del daño que me había hecho no poder tener esa experiencia antes.

Y me di cuenta también de que estaba equivocado con respecto a otras de mis ideas: todavía no era tarde para mi, todavía poder tener las historias de amor que me merecía. No importaba que no las hubiera tenido antes.

Y sobre esas historias que todavía podía tener quizás también podría edificar algo más importante: mi propia autovaloración, la idea de que me merecía esos momentos y ese tipo de relación, y de que si merecía eso, entonces también merecía mucho más.

Bell Hooks dice que el corazón y la mente tienen una capacidad inagotable de regeneración, y que esa regeneración muchas veces solo puede lograrse cuando establecemos conexiones amorosas saludables con otras personas. Al final de su libro Bell discute fuerte con la idea de lo que ella llama “la salvación individual new-age”, esa noción de que los individuos deben salvarse a sí mismos, de que no necesitan para ello conexiones con nadie más. Conocí muchos amigos LGBTIQ+ que repiten ideas de ese estilo todo el tiempo, algunas veces con argumentos que son atendibles, pero en mi propia experiencia me indica que tengo que darle la razón a Bell:

Esa tarde, cuando ese chico me tomó de la mano y caminó conmigo un par de cuadras, varias heridas que tenía abiertas empezaron a cicatrizar. Una nueva idea del amor que hasta entonces había sido desconocida para mi empezó a crecer en mi cabeza. Y ya nunca más volví a sentir que el amor era algo que alguien más me había prohibido.


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