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  • Nenes No Lloran

Metiste en Cana a Videla 👮‍♀️.

Una vez, en los tiempos primigenios de Los Nenes No Lloran, escribí una columna larguísima sobre la muerte de Maradona. Entre muchas otras cosas, decía que el Diego había ocupado en los 80 un rol fundamental en las ideas modernas de la argentinidad. El mundial del 86, el juicio a las juntas y la recuperación democrática con Alfonsín fueron los tres cimientos sobre los que la Argentina moderna dio sus primeros pasos.


Creo que durante mucho tiempo esas tres ideas fueron parte de un consenso básico del país. Posiblemente el consenso que nos permitió llegar a los 40 años ininterrumpidos de democracia. El mayor periodo democrático de nuestra historia.


Los consensos a ese nivel se construyen con historias. Con las historias que nosotros nos contamos a nosotros mismos. Las historias que se trasladan entre padres e hijos y quedan afianzadas en la memoria colectiva. En diferentes conversaciones mis viejos me hablaron sobre el mundial del 86, sobre la primavera alfonsinista y sobre el juicio a las juntas. En cada una de esas conversaciones yo empecé a ser parte de ese consenso. De ese pacto de lo que significa la Argentina moderna.


Me gusta pensar en esas cosas. En las historias sobre las que construimos el país que habitamos. Murray Edelman escribió un libro llamado “La Construcción del Espectáculo Político”, en el que analiza cuestiones sobre el liderazgo, la narrativa política y las formas en las que todos esos fenómenos se vuelven públicos. Suele ser citado como uno de los clásicos en los estudios de la comunicación política.


En ese librito Murray dice que el pasado y el futuro que las personas construyen son siempre racionalizaciones de sus mundos sociales corrientes, que las historias que las personas cuentan sobre esos mundos evocan las bases para la preocupación y la esperanza. En ese tejido complejo de narrativas comunes aparecen los consensos sobre qué es lo que nos preocupa y lo que no, sobre quiénes son los héroes y quiénes los villanos.


No viví en los 80, pero nací lo suficientemente cerca de ellos como para que las historias de esa época impacten en mi vida, casi como un eco de fondo sonando durante toda mi infancia y mi adolescencia. Pienso en los 80 como la construcción de un rompecabezas muy complejo y desafiante. La restauración de una ruina imposible.


Es difícil imaginarse el estado del tejido social argentino en ese momento si no lo viviste. Partiendo de los relatos que me contaron quienes sí lo vivieron, me imagino un contexto de leve esperanza acosada constantemente por fantasmas y frustraciones. El horror había terminado pero te miraba furiosamente desde lo profundo del armario de tu pieza, recordándote que estaba ahí, listo para atacar cuando menos te lo esperes.


El horror fue el gran antagonista de la Argentina moderna. Quizás el elemento más básico de lo que construimos después del 83: no sabemos muy bien a donde vamos, pero sabemos a donde no queremos volver Nunca Más. Y sobre eso logramos armar la narrativa de héroes y antagonistas de la que habla Edelman.


En la película 1985 los antagonistas están construidos magistralmente, creo que de la forma exacta en la que aparecían en esa época en la agenda pública. Los militares ya no eran una presencia omnipotente, pero nos seguían mirando desde adentro del armario. En toda la película creo que tienen una sola escena de protagonismo explícito: cuando comienza el juicio y se paran frente al tribunal a cuestionar la legitimidad del mismo. La escena está tan bien hecha que en TikTok se viralizaron videos mostrando el recorte en distintos idiomas. El terror que produce es el mismo en español y en japonés.


Sacar al monstruo del armario y traerlo a rendir cuentas a la luz. Hay que ser valientes para hacer algo así. No por nada en la historia de la humanidad son muy pocos los países que lograron algo tan profundo como juzgar a sus dictadores.


“¿Vas a meter preso a Videla?” le pregunta su hijo al Fiscal Strassera, probablemente es el diálogo más significativo de toda la película. En esos diálogos entre dos generaciones también se construyen las historias en común.


Y las epopeyas también necesitan sus héroes. De la película me quedó un dato histórico que no conocía: todo el equipo de fiscales que acompañó a Strassera en el juicio a las juntas estaba conformado por jóvenes. Los mayores, los que habían vivido la dictadura en carne propia, no se animaban a enfrentarse al monstruo. Ese es el efecto que el terror genera en las personas. Proyecta una sombra que parece imposible de derrotar.


Hablar de las cosas de las que no se puede hablar también es una parte importante de construir historias en común. Los testigos empiezan a desfilar en el juicio contando las torturas, las violaciones, los abusos y los asesinatos, y un país entero aparece escuchando del otro lado. Testimonio a testimonio se construyó uno de los mandatos más importantes que tenemos en Argentina: la única forma de curar las heridas del terror es hablando de las mismas.


No existen en Argentina las historias que puedan ser condenadas al olvido. Hablamos de todo y de todos. Hablamos de nuestras heridas en privado y en público. Hablamos de nuestras heridas hasta que duelan y hasta que dejan de doler. El dont ask, dont tell nunca echó raíces en nuestra democracia. De esa costumbre también se nutre nuestra democracia.


Strassera empieza a escribir su alegato final, y la película lo muestra recorriendo bares y teatros, leyendo la pieza a distintas audiencias, anotando los aportes que todos le hacen, tachando y reescribiendo de acuerdo a las reacciones que cosecha. Es poco probable que la historia real haya sido así (quizás lo fue, desconozco) pero es la metáfora precisa de todo lo que vengo diciendo: el juicio a las juntas como un logro colectivo. El alegato final de Strassera haciendo eco con otras millones de voces.


“Metiste en cana a Videla” dice el hijo de Strassera ya casi al final de la película. La epopeya realizada, un aprendizaje colectivo gracias al cual nuestra democracia pudo echar raíces muy profundas. Es posible soñar con juzgar al terror. Es posible sacarlo del armario y traerlo a la luz. Es posible juzgarlo y obligarlo a someterse a las reglas de la democracia.


Y si todo eso es posible, entonces reconstruir el país que el terror dejó en ruinas también lo es. Y ese país lleva ya 40 años. Algunas cosas hicimos bien.


Nuestras nuevas historias en común.


Esta noche 1985 va a los Oscar con serias chances de ganar. Sería el tercer Oscar ganado por nuestro país. Tres Oscars y tres copas del mundo. Si el realismo mágico sigue existiendo en algún lugar del mundo, es en Argentina.


No es ninguna novedad que nuestras historias en común vienen sufriendo desde hace algunos años. El pesimismo sobre el país nunca fue tan grande. Las frustraciones económicas y sociales calan hondo, tan hondo que ya casi parecen alcanzar esas raíces de las que hablaba antes. La distancia con el terror de la dictadura ya es tan grande que los discursos negacionistas lograron tener un nuevo y renovado empuje. El terror ya no existe más, pero sus creyentes quieren traerlo otra vez a la vida.


Quizás una parte de ese realismo mágico argentino es que las cosas nunca pasan porque sí. Todo tiene un motivo. Todo forma parte de nuestra historia en común.


En 1985 el juicio a las juntas nos enseñó que se podía juzgar al terror. En 1986 el mundial con Maradona nos enseñó que teníamos derecho a ser felices. Ser argentino también podía significar aspirar a esa felicidad.


Hace algunos meses otro mundial nos recordó ese derecho a la felicidad colectiva. Me gusta pensar que si todo sale bien, 1985 también puede recordarnos esa otra historia en común que parecemos estar olvidando.


Me gusta imaginar que después de hoy 1985 va a aparecer en las aulas de las escuelas, en las conversaciones familiares, en las juntadas de amigos. Y gracias a eso otra generación de argentinos y argentinas va a ser parte de esa historia en común que nació en el alegato de Strassera. Y las raíces de nuestra democracia van a ser un poco más profundas.



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