- Nenes No Lloran
El Oeste te Llama 🤠.
Cuando era adolescente solía salir los fines de semana con un amigo al que le tenía ganas. Cada vez que lo buscaba en su casa y lo esperaba mientras se cambiaba tenía que meterme en incómodos intercambios con su viejo, que todos los viernes a la noche se quedaba en el living viendo películas western acompañado de un vaso de whisky y un atado de Parliaments.
No le caía bien al señor. Un tiempo después me enteré que era porque él sospechaba que mis intenciones con su hijo no eran del todo sanctas. No se equivocaba, por supuesto.
Él tampoco me caía bien. Cada vez que lo veía ahí sentado con su whisky y sus cigarros, hipnotizado por historias de vaqueros filmadas hace décadas, me invadía el miedo de que mi amigo terminará siendo como él. Estar enamorado de un hombre así me generaba terror. Ese prejuicio bobo no me dejó ver entonces lo que hoy si veo con más claridad: lo extrañamente romántico de esa situación, la nostalgia de un señor en sus 60 viendo películas de otra época mientras desobedece las órdenes de su cardiólogo y en una sola noche comete todos los excesos que evitó durante la semana. Al día siguiente de sus citas con el western, el papá de mi amigo amanecía con la presión alta y lo tenían que llevar a la farmacia a que lo estabilizarán.
Quizás ese pequeño coqueteo con los excesos era todo lo que él podía permitirse. Lo más cerca que podía estar de sentirse como los vaqueros que veía en la pantalla, que se tomaban una botella entera de whisky y después se metían en un tiroteo sin que les temblará el pulso. “Estos eran hombres de verdad” me dijo una vez mientras estaba esperando que bajará mi amigo. Me da un toque de vergüenza transcribir ese diálogo porque siento que parece inventado. Un detalle ficcional que pongo para terminar de darle color al personaje. Pero es real. Completamente real.
Me volví a encontrar con esa fascinación masculina por los vaqueros leyendo Historia Universal de la Infamia de Borges. Un librito cortito donde Borges narra la historia de distintas personalidades de lo que él llama la infamia. Todas las historias tienen muchísima investigación y están acompañadas de la pluma de Borges que puede meterle poesía a cualquier cosa.
“El asesino desinteresado” es como bautizó Borges al capítulo en el que habla de Billy The Kid. Mientras lo leía me acordé del papá de mi amigo, y pensé que de haberlo leído en mi adolescencia podría haber usado alguna cita del capítulo para caerle bien al señor y que no hiciera volver muy temprano a su hijo.
En 1859 en Nueva York nació Bill Harrigan. Hay una confusión llamativa con su nombre verdadero. En otras fuentes aparece nombrado como William Boney, Henry Atrim o Henry Mccarthy. El nombre “Bill Harrigan” no lo encontré en casi ningún otro lugar además del libro de Borges. Supongo que es parte de la maldición de los anti-héroes, el nombre se les deforma por apodos y adjetivos hasta que es imposible rastrear el original. Quizás el nombre usado por Borges salió de alguna mala traducción a la que él accedió en su momento, o quizás estuvo tan obsesionado con el personaje que investigó lo suficiente como para dar con el nombre verdadero en algún registro polvoriento. Me gusta creer que la segunda posibilidad es la correcta.
Según Borges, Bill Harrigan empezó su carrera criminal uniéndose a una banda de ladrones llamada Swamp Angels (Ángeles de la Ciénaga). Le robaban a marineros y a gente random en la calle recurriendo a trucos embusteros como tirarles piedras en la cabeza a sus víctimas para dejarlas inconscientes. Estos orígenes de Billy tampoco los encontré en otras fuentes. Los Swamp Angels tienen su entrada en Wikipedia pero no se menciona que Billy the Kid fuera parte de los mismos.
En todos los capítulos de Historia Universal de la Infamia Borges profundiza mucho en los orígenes de los infames que decidió retratar. Eso me gusta. La certeza de saber que para entender las dimensiones más peculiares del alma humana hay que ir a buscar a la infancia. Que mucho de lo que terminamos siendo tiene sus orígenes ahí.
Vuelvo a pensar en el papá de mi amigo. El rechazo que me generaba hizo que nunca me animará a preguntarle porque le gustaban tanto los westerns. Ahí probablemente había otra historia esperando ser descubierta.
Después de dar sus primeros pasos como ladrón, Harrigan se suma a la migración masiva hacia el oeste estadounidense. Había empezado la época dorada de los pioneros y la fiebre del oro de la que Billy the Kid sería uno de los protagonistas.
Todos somos hijos del contexto en el que nos toca nacer. Eso también lo sabía bien Borges:
“Detrás de los ponientes estaba el oro de Nevada y de California. Detrás de los ponientes estaba el hacha demoledora de cedros, la enorme cara babilónica del bisonte, el sombrero de copa y el numeroso lecho de Brigham Young, las ceremonias y la ira del hombre rojo, el aire despejado de los desiertos, la desaforada pradera, la tierra fundamental cuya cercanía apresura el latir de los corazones como la cercanía del mar. El oeste llamaba:”
Que bien escribía Borges. ¿No?.
La narrativa western creó una épica de hombres valientes y pioneros que fueron al oeste a hacer más grande a un país que todavía no era del todo consciente de su tamaño y de los tesoros que se ocultaban en el mismo. La realidad, como siempre, era mucho más precaria, y entre los valientes pioneros abundaban hombres rotos y de reputaciones dudosas, criminales que escapaban de pasados violentos. Estados Unidos todavía se estaba recuperando de la herida de la guerra civil. Una herida que seguramente era particularmente efectiva para crear hombres como Bill Harrigan.
En 1873 llega el día llega el día en el que Bill Harrigan se transforma en Billy the Kid. Esta origin story tampoco la encontré en otros lugares además del libro de Borges. Harrigan estaba emborrachándose en una cantina de Nuevo México, cuando entra un mexicano “con cara de india vieja” según la descripción de Borges. Bill pregunta su nombre y otros le dicen que es “El Dago”, un personaje de Chihuahua, México llamado Belisario Villagrán. En el acto Bill saca su pistola, le dispara y con el cadáver ya tirado en el medio de la cantina dice:
“¿De veras?, pues yo soy Bill Harrigan, de New York”.
Dice Borges que fue en ese episodio en el que nació Billy the Kid leyenda. El hombre de frontera que luego se transformaría en uno de los símbolos de la narrativa western.
Durante los siguientes 7 años Billy se dedicó al cuatrerismo y a otros negocios ilegales. Borges no lo menciona, pero en ese tiempo llegó a ser parte de la disputa política entre alcaldes, sheriffs, ganaderos y otros actores de Nuevo México, que competían por el control político y económico de la zona. La caída final de Harrigan tuvo más que ver con una mala elección de aliados en esas disputas que con el peso de la ley. Pero esos detalles los suelen obviar los ganadores de la historia, que siempre escriben todo en términos de buenos y malos.
21 muertes fue el saldo final de Billy the Kid. Un número que luego fue objeto de disputas, no solo porque Billy tenía la tramposa costumbre de contar como propias muertes que se daban en medio de batallas más grandes, sino también porque él mismo decía “no contar mexicanos” entre sus asesinatos.
El final de Billy tiene tantas confusiones y versiones cruzadas como el resto de su vida. La versión “oficial” dice que Billy fue asesinado por el comisario de Fort Sumner en medio de la calle. Otras versiones dicen que en realidad Billy no murió en ese episodio, sino que logró escapar esa dejando el cadáver de alguien más y que pasó el resto de sus días de incógnito siendo granjero.
Los 7 años en los que Billy se pasó “practicando el lujo del coraje” (según palabras de Borges) fueron suficientes para transformarlo en un icono de la mitología western. 7 años y 21 muertes. Que cosa curiosa la historia y sus caprichos selectivos. Todo lo que hace falta es un pequeño fragmento, una anécdota, un periodo determinado en el tiempo. Solo eso y alguien se transforma en leyenda.
Billy the Kid fue condenado de forma póstuma por sus crímenes. Desde entonces hubo una enorme cantidad de pedidos para que fuera indultado por el Estado de Nuevo México. Uno de ellos estuvo cerca de aprobarse en 2010, pero se terminó frustrando porque el entonces gobernador no soportó la presión de un grupo de descendientes de los sheriffs que había asesinado Harrigan mientras vivía. Mienten quienes dicen que el rencor no es una fuerza poderosa. El rencor puede atravesar siglos, generaciones. El rencor se impregna casi como si sobreviviera en el ADN.
Hay solo dos fotos en existencia de Billy the Kid. La primera de ellas, en la que se lo ve parado mirando a cámara con un rifle en la mano, fue subastada por 2,8 millones de dólares. Billy pagó por ella unos 25 centavos de dólar de la época.
Mientras escribía todo esto le pedí a una IA que retratará a Billy the Kid, y obvio me dio una imagen de un hombre de pelos largos y mirada furiosa, un digno protagonista de las películas que veía el padre de mi amigo los viernes a la noche. Estoy seguro de que mientras leías esto, vos también te imaginaste de esa forma a Harrigan.
La foto verdadera muestra a un hombre con cara de adolescente y sin un solo vello en la cara. El tipo de pibe que te imaginas que podría estar sentado al final del aula haciendo ruidos molestos.
Quizás eso también sea parte de la maldición de los anti-héroes. Verse condenados a que sus propias leyendas y la sombra que las mismas proyectan sobre la historia terminen distorsionando la verdad sobre sus vidas. Billy the Kid era poco más que un adolescente bueno con la pistola y malo para elegir amistades. Y lo terminamos recordando como un criminal forajido e indomable.
Si más vaqueros se hubieran sacado fotos en esa época, probablemente las películas western hubiesen sido protagonizadas por twinks flacuchos y pálidos.
Y al papá de mi amigo les hubiesen gustado mucho menos.

